Un ordenador nuevo -bueno, por querer, quiero un iMac pero con algo que sustituya a mi recientemente fallecido portatil me conformaba-, esta cazadora, no se cuantísimos libros para la UNED… En resumen: Quiero otro trabajo. La Chica Inoportuna va a tener que volver al modo pluriempleo, si se os ocurre algo legal, avisad.
En el primer dia de viaje hemos descubierto que la gente -nosotras incluidas- es capaz de dormir en cualquier lugar de un aeropuerto abarrotado; por el contrario, es imposible hacerlo en un avion de vuelo nocturno en el que te apagan la luz para que supuestamente descanses pero luego cada 35 segundos te intentan vender algo a grito pelado por megafonia.
Los conductores de autobus en Belgica llevan en las manos el volante, el movil y un croissant a la vez y no pasa nada. Bueno, si pasa, se meten por direccion contraria, pero al parecer da igual
Los ninyos en este pais no van al colegio. Estan todo el dia cogiendo trenes y autobuses no sabemos muy bien hacia donde, pero lo investigaremos.
Por 3 euros en un restaurante regentado por un supuesto doble de Freddy Mercury te ponen el plato de spaguetti mas grande del mundo; era ademas un sitio en el que tenian una curiosa aplicacion de la conciliacion de la vida familiar y laboral: En medio del restaurante un bebe en un parquecito veia los teletubbies y jugaba con munyecos en pijama a las 3 de la tarde -claro, estaba preparandose para ese extranyo futuro en el que no tendra que ir al colegio-.
Aqui Maisy no se llama Maisy. Se llama Mimi. Y Miffy se llama Miffy pero esta por todas partes, hasta en forma de bombon. Y solo hemos entrado en 2 librerias por raro que os parezca a algunos
Después de todo, ¿a qué mas se puede aspirar aparte de a pasar unas semanas perfectas antes de que caiga el telón?
Creedme, doy las gracias por cada segundo que pasa.
Mi primer amor “literario” fue Rüdiger von Schlotterstein -creo que el hecho de que más de 15 años después haya podido escribir su apellido sin necesidad de googlear ni recurrir a la contraportada de uno de sus libros da fe de la profundidad de aquel sentimiento-, cuyas historias fueron culpables de que tomara a bien temprana edad la decisión de que no había nada en este mundo que me atrayera más que la posibilidad de llegar a ser un vampiro.
Y en cierta medida yo, que soy todo sol, verano y caramelos de colores, he mantenido esa afición (que tan poco me pega según los estereotipos) por el mito de las criaturas que se alimentan de sangre humana durante años: ya sea en su vertiente antropológica, histórica, folclórica como -y sobre todo- en la literaria, son una de mis obsesiones preferidas. De Stoker a Goethe pasando por Calmet, Summers, Lumely, Le Fanu o incluso Tolstoi, he de reconocer que últimamente he sumado a la lista, en la que ya habían entrado en su día con vergonzoso calzador Rice o King, los archi-re-que-te-vendidos libros de la saga de Crepúsculo de Stephenie Meyer, el internado Midnight de Claudia Gray y la serie de Lisa J. Smith, todos pseudo-noveluchas folletinescas para adolescentes de sexo femenino, que colocados al lado de los otros en la estantería parecen casi un insulto a cualquier aficionado al lado oscuro o a las letras que se precie.
Y es que en el fondo sospecho que a pesar de que carecen de prácticamente cualquiera de las cualidades que valoro en un libro, los leo porque después de haber crecido sigo buscando a alguien que me condene a la noche por toda al eternidad, alguien a quien desear unirme con la misma fuerza con la que apretaba los puños al dormir imaginando notar los dientes de Rüdiger sobre mi yugular, pero nada, estos vampiros descafeinados y bienintencionados de la última hornada no se deciden y cuando me despierto todas las mañanas me sigo viendo reflejada en el espejo.
“Si me estás diciendo de verdad que ese pueblo existe, cogemos el coche, vamos y nos casamos allí mañana mismo”.
Una lástima que yo hoy trabajara en turno de tarde y fuera imposible, oigan. Porque a lo mejor nunca en la vida vuelvo a tener un motivo tan absurdamente poderoso para dar un “sí” como encontrar a alguien a quien se le ocurriera de repente la misma locura que a mí.
A veces se me olvida que todo el mundo tiene un corazón envenenado. Y que esta es probablemente una de las mejores canciones de la historia. Menos mal que a la vez que tropiezo con gente que me demuestra lo primero, aparecen quienes me recuerdan lo segundo.